15 Ene Cuando la pornografía deja de ser transgresora – Kalinda Agos
En 1972 se estrenó la que probablemente es la película pornográfica más influyente de todos los tiempos, Garganta profunda, escrita y dirigida por Gerard Damiano. Según Wikipedia, esta fue la primera película de su naturaleza en presentar una trama, además de cierto desarrollo del personaje principal. Una mujer frustrada sexualmente –protagonizada por la célebre Linda Lovelace– pide consejo sobre cómo alcanzar el orgasmo. Luego de pasar por varios encuentros sexuales durante una fiesta, sin lograr alcanzar el clímax sexual, la protagonista acude a un sexólogo para que le enseñe las técnicas pertinentes. Es entonces que el doctor descubre que la mujer tiene el clítoris en la garganta. Así, comienzan las divertidas aventuras. Más allá de la comedia, sin embargo, lo que destaca en esta película es el tema de la liberación sexual de la mujer, la gozosa superación de una frigidez que había sido causada por la ignorancia, por no saber donde se encontraba el clítoris. Toda una metáfora sobre el estado del placer femenino confinado, envuelto en armadura. Y eso dio mucho de qué hablar en su momento. (Desgraciadamente, la historia de Linda Lovelace no es como la de su personaje; Lovelace fue explotada por su marido Chuck Traynor y sufrió abusos y violencia por parte de este.) Sin embargo, esta película, como casi todas las de la industria de la pornografía, incluyendo las de la Era de Oro –conocida como “porno chic”– se limitó a mostrar una mirada sobre el acto sexual exclusivamente masculina.
Le pregunto a una amiga que suele ver pornografía: “¿Qué cambiarías?” Y ella me responde: “Las voces. Hay algunas porno que mejor dejarlas en mute. La mayoría, la verdad. Solo dicen tonterías y hacen sonidos algunas veces absurdos (mujeres y hombres). Hay algunas películas porno, por ejemplo, que se tratan de unas chicas en la playa y de repente llega un hombre y comienzan a coger. El diálogo es muy tonto”. Días después, le pregunto a un amigo si él también cambiaría los diálogos. Me responde lo siguiente: “La verdad que sí. Son aburridos y luego te cansas de solo ver tetas, culos y pollas. La pornografía ha dejado de ser transgresora”. Claro, ninguno de mis amigos padece de adicción a la pornografía y esa, evidentemente, es otra historia.
Tengo que decir que no soy asidua a la pornografía pero tampoco me parece mal que otras personas la vean, aunque sí creo que algo podría hacerse para superar esa perspectiva estereotipada que la caracteriza. Para mí, descubrirla no fue algo transgresor ya que, cuando vi esas películas por primera vez, estábamos viviendo una guerra civil en mi país, una guerra de guerrillas que era en todo sentido mucho más subversiva y transgresora que una escena de sexo falseada e inverosímil. La pornografía era simplemente una distracción más en medio de ese ambiente permeado de violencia política. Así, lo mismo veíamos las Playboy de los padres y hermanos mayores de mis amigos, como las caricaturas de los Looney Tunes. En aquellos días vivíamos entre el miedo extremo y el aburrimiento puesto que las bombas y el toque de queda nos tenían prácticamente encarcelados en nuestras casas. Mientras nuestros padres se marchaban a trabajar bajo la amenaza de las balas, nosotros, después de la escuela, veíamos películas con títulos como La enfermera caliente, o caricaturas pornográficas basadas en Blanca Nieves o Hansel y Gretel (nunca olvidaré los penes que la bruja sembraba en su huerto y sobre los que saltaba animadamente para comprobar que crecían frondosos y carnudos). Simple travesura y picardía de la adolescencia. La pornografía, pues, no llegó a ser algo vital en el descubrimiento de mi sexualidad. En efecto, el placer retratado en esas películas siempre me pareció falso. No obstante, debo decir que la forma en que mi cuerpo empezaba a hablar, me confundía: no sabía cómo relacionarme con mis novios en el terreno del placer y muchas veces simplemente me dejé hacer pero intuyendo que había algo más que me estaba siendo negado, algo que me estaba perdiendo. Más tarde, me interesé más por el deseo y el erotismo que por la pornografía misma. Así llegaron a mis manos libros en los que se mostraba el reino del deseo, un reino donde se podía ser libre o esclavo. Comenzó mi búsqueda y viví grandes momentos así como otros no tan buenos. Cerca de los treinta años, me pregunté: ¿es posible vivir el deseo sin oposiciones binarias, sin dicotomías? Libros sobre la práctica del tantra, el Kama Sutra y otros escritos sobre el erotismo, me ayudaron a responder algunas preguntas al tiempo que la experiencia me enseñaba grandes lecciones, sobre todo de autoestima sexual.
Hace poco descubrí el trabajo de Erika Lust, una directora de cine para adultos originaria de Suecia y radicada en Barcelona. Una de sus películas más personales y ambiciosas es Cabaret Desire (2011). Según me cuentan, sus películas son despreciadas por Nacho Vidal, el famoso actor español de películas porno. En un vídeo de TED-Viena, Erika Lust enfatiza que la industria del cine pornográfico no puede seguir igual. “La escena: una mujer con vestido ceñido, unos labios rojos, tetas enormes. Su coche se estropea y un hombre se detiene a ayudarla. Ella le agradece dándole una mamada, él se viene sobre su cara y ella sonríe con placer fingido… Ya es tiempo que el porno cambie”. Así comienza su intervención de casi diez minutos. Añade que, siendo joven, las películas porno le provocaban risa y repulsión, por esa forma nada natural en que se retrata el acto sexual y a la mujer. Pero se sentía confundida: sus reacciones se movían entre el enfado y la excitación. Gracias al libro Hard Core de Linda Williams, Erika Lust pudo ir más allá y se percató que el porno no es solo porno sino también un discurso sobre la sexualidad, la masculinidad y la feminidad, y sobre los roles que jugamos. Hasta ese momento, los únicos que estaban participando en ese discurso en particular –el de la pornografía– eran hombres, la mayoría de los casos hombres machistas o de poca inteligencia sexual, agrega la sueca. Es por eso que ella aboga para que las mujeres se sitúen también en la industria pornográfica, con roles de liderazgo como productoras, directoras, guionistas. “No quiero que las mujeres se salgan del porno, quiero que las mujeres le entren al porno”, subrayó. “Una pornografía con otros valores, sin la habitual asociación a lo obsceno, a la baja cultura. Quiero ser una cineasta explorando la belleza del sexo desde otra perspectiva”. Lo anterior adquiere gran relevancia porque se estima que un tercio de todo el tráfico en Internet está relacionado a la pornografía. Adolescentes y niñas/os están viendo pornografía antes de tener relaciones sexuales y hoy por hoy es el más popular educador sexual. ¿Cuál está siendo la fuente de inspiración sexual de esos adolescentes? “Una pornografía de mala calidad y sexista”, dice Erika Lust. Si este cine tiene el poder de excitar, también tiene el poder de inspirar y es por eso que es importante repensar la pornografía y añade: “No me malinterpreten: el sexo puede seguir siendo ‘sucio’, pero los valores tienen que ser limpios”. Y con valores la sueca se refiere a la representación sexual de hombres y mujeres.
Erika Lust tiene razón: las películas porno harían más si desentrañaran el deseo al mismo tiempo que abordaran lo relacional, el contacto con el otro o la otra, mostrando el acto sexual sin tabúes, sin máscaras, tal cual es, pero sazonado con historias más naturales, mejor construidas, con encuentros sexuales que rompan los dualismos y retraten el placer de forma auténtica, con esplendor. Resulta ya bastante antigua la idea de que el sexo es algo oscuro, prohibido, relacionado con la muerte, como tanto le gustó retratarlo a los prerrafaelistas y simbolistas a finales del siglo XIX. La fatalidad no es la fatalidad sexual. La fatalidad es el hambre, la miseria y la injusticia social. Pero también resultan pasadas de moda unas historias pornográficas ridículas e inverosímiles, plegadas de lugares comunes y, además, sexistas. Hay que pasar la página y crear una nueva pornografía. ¿Cómo será la pornografía del siglo XXI? Aquí radica verdaderamente la nueva transgresión, el nuevo reto.
Por ahora solo una cosa puedo decir: saciar el deseo de forma lúdica, sin elementos trágicos, es una magnífica forma de llegar al autoconocimiento, como ya lo había anunciado el Kama Sutra y las prácticas tántricas. En el caso de las mujeres, saber exactamente lo que nos gusta y cómo nos gusta, representa un avance significativo, representa la forma suprema de la autonomía. Largas sesiones de masturbación, experimentar diversas posiciones, inventar juegos sexuales, conocer el propio cuerpo lo suficientemente bien como para alcanzar el orgasmo con movimientos estratégicos… En fin, saber que el deseo, nuestro clítoris y su satisfacción, nos pertenece, que el placer orgásmico no es algo únicamente dado por los demás sino algo que nos regalamos a nosotras mismas, brinda un sentido de libertad francamente exquisito. Que las mujeres, después de siglos de represión cultural, hayamos llegado a ese estado de conciencia de la sexualidad es uno de los más importantes avances del siglo XX, pero para algunas mujeres, que todavía viven en sociedades represoras o en ambientes restrictivos, ese estado se convierte en un verdadero privilegio. Pero no debería ser un privilegio. Debería ser algo natural, más aun, debería ser algo completamente ajeno al sexismo. Imaginemos: la fruta de una mujer exhala un aroma, el olfato de alguien anhela ese aroma, la fruta se ofrece y en la mordida ambos –aroma y olfato– se funden en un placer tan indefinible como el exceso de luz. Luego llegan otras frutas con otros aromas y más olfatos ansiosos por llenarse de color. El placer está servido. Pensemos: ese placer ancestral merece un cine para adultos y una iconografía diferentes, desde otras perspectivas. Dice Herzog: “Nuestra civilización está hambrienta de grandes imágenes”. Grandes y nuevas imágenes incluso en la pornografía, agregaría yo. Ya va siendo hora.
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